Decía
Sófocles que en el mundo hay muchas cosas misteriosas, pero que ninguna lo es
tanto como el SER HUMANO. Esta es una gran verdad; somos misteriosos porque
somos complejos, de hecho enormemente
complejos, al grado de que no podemos
afirmar, en pleno siglo XXI, que hayamos terminado de juntar todas las piezas
del rompecabezas que, quizás, nos permitirá algún día conocernos bien.
Ciertamente
se ha avanzado mucho, y constantemente se hacen nuevos descubrimientos que nos
acercan, poco a poco, a ver lo que hay debajo de la parte del iceberg que sale
a la superficie, y que no es otra que el comportamiento. A fin de cuentas, lo
que resulta más evidente de una persona, además de su físico, es la forma como
actúa e interactúa.
Pero lo
que origina esas pautas conductuales relativamente consistentes a las que
llamamos personalidad, es un conjunto de variables que permanecen ocultas, y
que interactúan unas con otras formando un sistema en el que las causas y los
efectos no siguen relaciones lineales: una causa puede generar múltiples
efectos, y un efecto puede provenir de un gran número de causas.
Por
eso, en las organizaciones surgen preguntas que, si no se tiene una buena base
conceptual, resultan muy difíciles de contestar: ¿qué hace que las personas se
motiven, se comprometan y den valor agregado a su trabajo, o por el contrario,
se ciñan a la ley del mínimo esfuerzo?; ¿por qué a algunos les resulta más
fácil relacionarse con los demás y comunicarse abiertamente que a otros?; ¿qué
es lo que le permite a ciertas personas lidiar mejor con el estrés y las
presiones, mientras que hay a quienes esto les causa problemas físicos y
emocionales?
Estas
son solo unas cuantas de las muchas, muchísimas interrogantes a las cuales, con
frecuencia, se dan respuestas simplistas y carentes de todo fundamento. Lo peor
del caso es que también en función de ese desconocimiento de las bases del
comportamiento humano, se toman decisiones que lo afectan negativamente, o que
simplemente no producen el efecto deseado.
Ni
siquiera las personas que “naturalmente” tendrían que estar más familiarizadas
con este tema, las de Recursos Humanos, cuentan a menudo con la información
necesaria para estarlo. Ya ni se diga los líderes formales, responsables de
facilitar el buen desempeño, desarrollo y motivación de su gente.
Natura
y cultura
En esa
base oculta del iceberg de la personalidad de cualquier individuo, hay dos factores
fundamentales que
contribuyen a su desarrollo y a la conformación de sus
características distintivas: por un lado, la carga genética, todo ese
componente biológico que es heredado; por otro, el aprendizaje, lo que se va
adquiriendo desde el nacimiento hasta el final de la vida.
La
parte biológica es conocida como “temperamento”, y no se puede cambiar, sino,
en el mejor de los casos, controlar. Aquí estaríamos hablando tanto de lo que
recibimos como miembros de la especie humana, como de lo que directamente
heredamos de nuestros padres (y ellos a la vez de los suyos). Mucho de lo que
somos y de nuestra manera de actuar y reaccionar nos viene de ahí, y en este
campo se han hecho en los últimos años descubrimientos impresionantes.
La
parte aprendida se llama “carácter”, y proviene de dos fuentes: la social y la
individual. La social es la que recibimos como miembros de un grupo, o cultura:
creencias, valores, conocimientos diversos y pautas de conducta aceptadas. Su
vehículo de transmisión es el verbal (oral o escrito) y, también en buena
medida, el modelaje, es decir, la imitación que hacemos de muchos de los
comportamientos que observamos en las personas de nuestra sociedad.
La
individual es la que proviene de nuestra propia experiencia, de lo que la vida
nos enseña, de las conclusiones a las que llegamos por nosotros mismos después
de asimilar lo bueno y lo malo que nos pasa.
El
porcentaje que representan la carga genética y el aprendizaje en la
conformación de nuestra personalidad, es un tema polémico, ya que hay quienes
le apuestan a la predominancia de la primera, y quienes se van por el segundo.
Lo que hay que considerar es que aún queda un tercer factor que influye en
nuestra conducta: el situacional.
Nuestra
forma de responder está muy relacionada con las diversas situaciones que
enfrentamos y en las que nos relacionamos con otros. En algunas podemos mostrar
cierta pauta de comportamiento y en otras una muy diferente, dentro de ciertos
patrones que finalmente nos dan consistencia. En otras palabras, la
personalidad es algo flexible, no rígido, por lo menos en lo que respecta a
nuestra parte aprendida.
Todos
estos elementos nos dan a los humanos esta complejidad, este misterio y esta
gran riqueza que a veces no conocemos ni aprovechamos
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